Los nueve restaurantes de montaña de Girona en los que mejor se come | Federació Hostaleria i Turisme de les Comarques de Girona

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Los nueve restaurantes de montaña de Girona en los que mejor se come

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National Geographic. Desde estrellas Michelin hasta mecas de senderistas y ciclistas, estos nueve restaurantes descubren la faceta más gastronómica del paisaje montañoso gironés.

Se anticipa el Pirineo, ya vislumbrado desde la Costa Brava y desde el Empordà, para recordar que la provincia de Girona es un microcosmos donde, cuando se habla de la mesa, los restaurantes de montaña claman por un hueco en el que la ternera, las setas, el vino y el aprovechamiento del cerdo se suman al mar y montaña para saborear un territorio único.

DAS1219. En la llanura de Das, con los Pirineos como telón, este comedor de piedra y madera reivindica la cocina de montaña sin artificios en La Cerdanya. La brasa manda en Das1219: cordero, ternera madurada y butifarras hechas con mimo, además de setas y caza cuando el bosque lo permite. Los entrantes viajan del huerto a la mesa y los guisos recuperan memoria de una mesa payesa que brilla todo el año. A su vera, tentaciones en la copa que hablan de las bodegas catalanas, prestando especial atención a las referencias de Girona, pero que amplía sus horizontes hacia otras ‘sierras’ como el Montsant y el Priorat.

LES COLS. El epicentro de la cocina volcánica resume la pasión por el fuego de la familia Puigvert Puigdevall, la chef Fina Puigdevall va dando paso a sus hijas Martina, Clara y Carlota Puigvert en el día a día de un restaurante casi de cuento. Aquí el diseño es capital, donde el sello del estudio RCR, premio Pritzker de arquitectura, metamorfoseó una masía de leyenda. Con un huerto propio y una cocina depurada y de una sostenida –y sostenible– elegancia, Les Cols es un templo en el que parar el tiempo al que la Guía Michelin refrenda con dos estrellas (y una estrella verde) convirtiendo este refugio en Olot en una parada imprescindible en las sierras gerundenses.

CAN JEPET. Setcases es el punto de partida del valle de Camprodón y Can Jepet, una masía canónica, el eje gastronómico que se ha convertido en referencia desde su apertura, allá por la década de los cincuenta. Es territorio de brasa, de civets y de cocina de recuerdo, donde los embutidos del Ripollés no se pierden una cita siempre acogedora en cualquier momento del año, tanto para los senderos de la primavera como para los impasses de las temporadas de esquí. Fidelidad al recetario catalán, contundencia y buenas cazuelas alumbran el éxito de una casa que, incluso, permanece en Guía Michelin con un sólido Recomendado.

CA L’ENRIC. Quizá, si el filósofo Henry David Thoreau imaginase su mítico Walden, lo ubicaría sin complicarse en la perpetua calma de Ca’l Enric. Aquí, entre bosques y masías, la familia Juncà traslada el entorno (desde finales del siglo XIX) a la mesa con menús que huelen a hoja, setas y caza, pero que no se dejan atrapar en ningún cepo. Técnica contemporánea y memoria catalana apuntalan una casa donde la bodega complementa en un restaurante imprescindible en cualquier ruta foodie catalana, refrendado por su presencia en la Guía Michelin y en la Guía Repsol. Para los amantes de la cocina tradicional que también busquen el sello Juncà, pero con menos pretensiones, L’Hostal de Ca l’Enric también ofrece familiaridad al compás de canelones, cazuelas y buenos rustidos.

FONDA XESC. Son las sombras del Montgrony las que protegen a Fonda Xesc, un eje vertebrador de cocina de terruño en el Ripollès, donde Francesc Rovira ha llevado el estilo de fonda a la alta cocina, empapando su gastronomía de lo que le rodea. Por este motivo, Fonda Xesc es uno de esos restaurantes que combinan la hospitalidad pirenaica con sus sabores. A su lado, Meritxell Vilalta se encarga de la sala y la sumillería para poner el broche de oro a un restaurante donde conviene aparcar las prisas y detener los relojes.

PONT VELL. La vista sobre el posiblemente puente más retratado de Cataluña se encarga de la panorámica del restaurante Pont Vell, en la entrada al casco histórico de Besalú. De nuevo, tradición catalana refinada y una predilección por la volatería, la caza y los quesos locales llenan el menú de un establecimiento imprescindible cuando hablamos de rutas por La Garrotxa. No obstante, los fuera de carta están a la orden del día, así que nunca está de más dejarse aconsejar por lo que va ordenando el mercado con el paso de las estaciones.

ELS CAÇADORS. Se vislumbra Francia, pues aquí, en Maçanet de Cabrenys, casi se alcanza la frontera con un tiro de piedra. Estamos en La Albera y en el hotel restaurante Els Caçadors son capaces de tentar al comensal en verano al ritmo del suquet y de la brasa, pero también de invitar en otoño e invierno a pucheros, cazuelas y embutidos domésticos, todo desde una perspectiva maravillosa con el valle a sus pies desde un comedor panorámico. Un lujo en el Alt Empordà en el que estirar la escapada mucho más allá de la comida.

TRULL D’EN FRANCESC. En el antiguo trujal (de ahí trull, en catalán) del pueblo, en Boadella i les Escaules, aparece otro restaurante imprescindible si se habla de internarse en la montaña de Girona como es Trull d’en Francesc, cercano a la Muga y al pantano, donde la cocina ampurdanesa se gesta en horno y brasa, junto a las verduras de su propio huerto. Un restaurante en el que disfrutar, relajarse y bajar pulsaciones con la garantía de una cocina que ha sabido mezcla la tradición y ciertos detalles creativos, empapándose además su propuesta de vinos del Empordà donde no faltan referencias de pequeños productores.

CAN MACH. Casi hay que firmar un salvoconducto para llegar a Tapis, pues la frontera francesa está a la vuelta de la esquina. Lo que es internacional es el sabor de la cocina de Can Mach, bien arraigada en las esencias casolanas catalanas, que brilla con una brasa sencilla, con caracoles (cuando la estación lo permite) y que deja paso al aprovechamiento con los embutidos locales. Todo ello con una terraza panorámica que quita el hipo y que, entre otras cosas, ha convertido el restaurante en una meca de las dos ruedas para ciclistas y moteros en Sierra de la Albera.